La etapa de ayer transcurrió, más o menos, como se esperaba. Se arrancó en Larrau, desde donde se fue al paso hasta el Marie Blanque. Quizás el hecho de que Carlos Sastre provocó que se fuera algo más rápido de lo previsto, pero es algo que resulta lógico. El abulense no es un corredor nuevo en el pelotón, no es alguien a quien se le pueda permitir lograr una minutada. Así, el Rabobank llevó el peso de la carrera durante gran parte de la misma, y lo hizo muy bien. Mantuvo a los escapados a una distancia prudencial y más tarde, encima, remataron la jornada con un triunfo de etapa. Yo completé la etapa sin más. Desde que se ascendió Larrau vi que no estaba ante uno de mis mejores días, así que tampoco sufrí en exceso. Además, no afronté la etapa con mucha motivación, por lo que me limité a llegar a meta, que era de lo que se trataba.
Ahora sólo quedan cuatro etapas para el final de la ronda, aunque una de ellas es una contrarreloj y otra la llegada a París. De este modo, sólo quedan dos jornadas verdaderamente propicias para las escapadas, y en esas estaremos los supervivientes. Se suele decir que es ahora cuando los equipos que no han logrado ninguna victoria, como nosotros, ponen la carne en el asador para obtener una, pero lo cierto es que los que ya han vencido van a por su segundo triunfo. A estas alturas del Tour, meterte en una escapada es casi más difícil que lograr la victoria. Los equipos de los velocistas no están ahora tan enteros como en la primera semana de competición, por lo que las fugas suelen llegar a meta. Lo malo es que la gente no sabe, por lo que hasta que se forma una se va a mil.
¿Y lo del dopaje? A mí, personalmente, lo de Vinokourov me afectó bastante, porque sencillamente no me lo esperaba. Y lo de Rasmussen... Ahora hay que dejar pasar el tiempo y que cada uno haga examen de conciencia