Por fin ganó un Lampre-Fondital. Por fin venció Bennati, un gran tipo consecuente con sus ideas. Pero sobre todo, por fin, recibí una buena noticia tras varias jornadas de tristeza. De amargura.
Durante los últimos días he pasado por todos los estados emocionales, aunque los negativos superan a los positivos y tengo unas ganas bárbaras de llegar a París y regresar a casa. Tras la noticia de Vinokourov, me costó varias horas conciliar el sueño. Al día siguiente, subiendo el Aubisque, se me saltaban las lágrimas por el apoyo de una afición entregada. Por la noche, tras conocerse lo de Rasmussen, volví a llorar, esta vez de impotencia. Hoy... espero al menos que no sea otro día de luto. En la etapa de ayer, Bennati y Ballan debían intentar la fuga. Cuando la cogió Bennati, me relajé. Durante muchos kilómetros, me evadí del pelotón y traté de ordenar mi cabeza, de buscar algo de cordura en la sinrazón que nos invade. Buscaba una luz en las tinieblas, y la encontré en las laderas del Aubisque.
Una y otra vez, quizá como un mero instrumento de supervivencia, me vinieron a la mente las imágenes de los aficionados volcados. La mayoría, por cierto, eran de Euskadi, que es única en el mundo. A muchos corredores, los conoce por su nombre, a otros no, pero a todos les rinde un gran respeto. En el Aubisque, ví a alguno, que no era euskaldun, riéndose con pancartas de “EPO no”. Cada uno tiene todo el derecho a manifestar lo que quiera, pero nunca por el camino de la mofa. En ésas estaba yo, recordando la emoción que me invadió en el abarrotado prólogo de Londres y el miércoles en la ascensión al Aubisque, cuando recordé que este deporte que parece destinado al carajo merece la pena. A nada que le demos, la afición siempre está ahí. Por eso, cuando pienso en esos aficionados que hacen noche en una cuneta y al día siguiente cargan con una nevera durante varios kilómetros para ofrecernos una coca-cola fresca, siento una gran impotencia por la forma en la que les correspondemos y por todo lo que está sucediendo, que parece sacado de una película de terror.
Pero esto no es ciencia ficción, sino la dura realidad. La solución es difícil y parte de un análisis de conciencia de todos: desde el último corredor, al último manager, pasando por directores, organizadores... Casi a diario, el ciclismo sufre una nueva puñalada, pero la situación no es nueva. Lo que sucede no comenzó hace cinco años. Ya ocurría en la época en la que algunos directores o patrones de equipo corrían en bicicleta. Por eso, cualquier solución erradica en la conciencia de todos los que comemos de este bello deporte.