Las etapas que llaman “de transición” siempre terminan suponiendo un gran desgaste, sobre todo psicológico. Al final nos salieron 220 kilómetros en los que de salida sabes que el principal objetivo es llevar el culo hasta la meta, y aprovechar para hacer algo de vida social. Hablé con bastantes corredores, entre ellos mi buen amigo Juanma Garate, y así la ‘caminata’ fue más amena.
En la meta de Angoulème, cuatro hombres llegaron con un 25% de opciones de triunfo, lo que en el Tour es todo un lujo. Entre ellos, Axel Merckx, que la víspera me dijo que colgará la bici tras llegar a París. Al belga, que ha llevado con gran dignidad el hecho de ser ‘hijo de’, le quedan unos criteriums antes de decir agur. Ley de vida, supongo.
Los ciclistas solemos repetir año a año nuestros hábitos, y nos metemos en una rueda que nos parece eterna. Pero en momentos como el que compartí con Merckx, te das cuenta de que esto se acabará algún día y a muchos de los compañeros de fatigas no los volverás a ver en la vida. Quizá esta fecha de caducidad de nuestra vida deportiva influya de alguna forma en que pensemos tanto en nuestro presente y futuro inmediato, sin reparar en el legado que dejemos a los que vienen pujando.
Y en la puja de hoy por ganar el Tour, sólo hay hueco para Contador y Evans. Creo que el desenlace estará muy igualado, pero apuesto por el australiano, al que le favorece la llanura de Dordoña. Esta zona, que descubrí de la mano de mi amigo Xabi Prieto, un veterinario que estudió por aquí, la volveré a recorrer en agosto, con mi mujer y los perros, alejados ya de la vorágine de este Tour.